El 18 de diciembre de
1871 Friedrich Nietzsche viaja desde Basilea hasta Mannhein para escuchar música de Wagner, dirigida por el propio compositor.
Después de ese suceso, le escribe a un amigo: "Todo lo que no se deja aprehender a través de relaciones musicales engendra
en mí hastío y nausea. Al volver del concierto de Mannhein sentí en mayor medida el singular miedo nocturno ante la realidad
del día, pues ésta ya no me parecía real, sino fantasmagórica".
Para el torturado filósofo alemán, el mundo era, esencialmente,
música. La música era lo monstruoso. Si uno la escuchaba, se abrigaba en el ser. La música lograba encantar y, de esta manera,
romper las estructuras dionisíacas. De una manera tan poderosa que, sin la letra o un relato que sirviera para "separarnos
del poder encantatorio" de la música, uno pordría terminar disuelto y el yo aniquilado.
Pero la música termina y hay
que saber cómo volver a vivir después de que expira el último acorde de Frances The Mute, el segundo disco de los chicanos
The Mars Volta. ¿Puede ser que la vanguardia musical llegue a todo el mundo empaquetada por una multinacional como Universal?
Un caso curioso, ahora que la vanguardia está a la vuelta de la esquina y es aceptada inmediatamente por un público deseoso
por consumir "lo nuevo".
El primer trabajo de los Mars Volta, Cedric Bixler y Omar Rodríguez- se llamó De-Loused in
the Comatorium y estaba inspirado en la vida del artista Julio Venegas, que luego de una sobredosis de morfina pasó una temporadita
en coma y se murió.
El disco vendió miles de copias e instaló a los MV en el podio de los "nuevos grandes grupos".
Una preocupación constante de la crítica fue, desde ese entonces, delimitar qué tipo de música hacían esos extraños de pelo
largo y cuerpo de fideo: ¿Punk progresivo? ¿Salsa rock? ¿Neopsicodelia? Frances the Mute, su segundo trabajo, profundiza en
la mezcla de estilos y es un aporte más a la confusión general. Por suerte...
La sensación de estar caminando sobre
un hielo que puede ceder en cualquier momento. Eso es el rock... The Mars Volta, entonces, hace rock. Detrás de Frances the
Mute existe otra historia que, de alguna menera, conceptualiza el disco. El ex tecladista de la banda, Jeremy Ward, trabajaba
como empleado en una agencia de autos usados. Y solía encontrar objetos que la gente olvidaba en los vehículos. Uno de esos
objetos fue un diario íntimo de alguien que era adoptado y buscaba a sus padres verdaderos. Parece un lamento gnóstico, ¿no?
Ward también murió de sobredosis. Los temas de Frances the Mute, escritos en su honor, están divididos en suites y tienen
nombres extraños: Cignus..., L´ Vial L´ Viaquez, Cassandra Geminni... Y están interconectados por ritmos y melodías que se
imponen abruptamente, de una manera insensata, como las peleas de pareja.
Lo sorprendente es que cada oyente le puede
poner a The Mars Volta su propio bagaje musical: los largos solos de guitarra a veces suenan a Zappa, la introducción de Miranda
That Ghost Just Isnt´t Holy Anymore recuerda al diamante loco de Floyd o, en The Widow, el tema más potencialmente radial,
repiquetean los ecos de Zeppelin. También están en el cóctel el Miles Davis de la etapa jazz rock y el espíritu latino de
Carlos Santana. Y en la originalidad y la fuerza del estilo de los Mars Volta vive el espíritu de Pixies, la banda de Frank
Black. No tanto porque las canciones tengan un parecido morfológico -de hecho no lo tienen-, pero con los Pixies comparten
esa pulsión por narrar un esperanto donde se mezcla el español y el inglés, una lengua que se construye para narrar el fin
del mundo, que sin duda está próximo.
A lo largo de sus letras, The Mars Volta conjura fantasmas, describe la tragedia
de una humanidad que no va a poder dormir sola nunca más. Y utiliza para esto la libertad estilística de los sueños, como
sucede en las películas de David Lynch o en los poemas de John Ashbery.
L' Via L'Viaquez es el lado oscuro del hit
radial, una canción que va a hacer época. "Los últimos años han sido nuestra etapa adolescente, donde se nos permitía salir
y jugar, pero aún teníamos que estar en casa a una hora. Ahora eso se terminó. Cualquier cosa que nos ate a un convencionalismo
ha desaparecido. Somos sencillamente un grupo de amigos que hacemos lo que sentimos?, dijo hace poco el guitarrista Omar Rodríguez
López.
En Viaje a Ixtlan, el antropólogo Carlos Castaneda, aprendiz de brujo, relata su encuentro en el desierto de
Sonora con un coyote chicano y luminoso con el que intercambia algunas palabras triviales del tipo "¿Cómo estás coyotito?
Bien, ¿y vos?". Esa escena estuvo en mi cabeza durante todos estos años. Pero no tenía música. Hasta que escuché Frances The
Mute, la obra maestra de los Mars Volta.
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