Se puede comprender el temor de Ana, pero con sólo mirar un segundo la gobernación de Ibarra y ver el tipo de político que representa, uno termina rápidamente coincidiendo con Martín: es un taquito para la tribuna progresista, una medida mediática que esconde una real incapacidad para desarrollar políticas de fondo que, no caben dudas, jamás estarán en la mente del Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.

 

El progresismo es la ausencia total de cualquier cambio revolucionario, son toques cosméticos puestos estratégicamente aquí o allá para sanear el sentimiento de culpa de una clase media que se cocina lentamente en sus cacerolas abolladas. Desgraciadamente, hace poco tuve que acompañar la agonía de un ser muy querido. Fue un peregrinaje a la marchanta por los hospitales públicos.

Peleas por una cama, por suero, por médicos, por gasas... Mientras tanto, el Ibarra atajaba penales por TV en la cancha de River para la huestes de Mario Pergolini. Y el presidente Kirchner salía en la tapa de Gente entre los personajes del año.

 

Eso es progresismo. Va a costar mucho generar políticos auténticos, preocupados por el bien común y no por la acumulación estéril de poder. Por eso, cada vez que veo a estos muñecos repetir las
palabras que les dictan sus asesores de imagen, pararse donde se tienen que parar y legislar de acuerdo a lo que les dicen las encuestas, me viene a la mente la gloriosa frase de Carlos Timoteo Griguol al Yagui Fernández, cuando el delantero de Gimnasia se hizo expulsar justo un partido antes de la final: "¡Vos vas a salir campeón de la concha de tu hermana!". Ojalá que así sea.