Tal vez recuerden
una escena central de El Eternauta, de Oesterheld, donde Juan Salvo se pelea cuerpo a cuerpo con un Mano y lo vence, provocándole
la muerte porque, como le cuenta después el Mano en su agonía a El Eternauta, él sintió miedo al verse atacado y eso hizo
estallar la glándula del terror que los Ellos le habían injertado para esclavizarlos.
El Mano -que pasa de golpe a
ser un hombre dulce y melancólico- le cuenta a Salvo que antes vivían en un planeta hermoso, en completa armonía, hasta que
llegaron los Ellos y los hicieron bolsa, domesticándolos.
¿Quiénes son los Ellos?, le pregunta El Eternauta. Y el Mano
dice "Ellos son el odio cósmico. Ellos quieren para sí el Universo. Ellos nos obligaron a destruir y matar a nosotros, los
Manos, que sólo vivíamos pensando en lo bello".
Acto seguido, ya sintiendo la muerte, el Mano entona su canción de
despedida: "Minnio Athesa Eioioi?". Nosotros vivimos en una ciudad parcelada en clases sociales que se detestan entre sí.
Es más, creo que la mayoría vive encerrado en mónadas de un ambiente sin conexión al exterior. Pero, como dice la propaganda
de Telefónica, suponemos que es el celular lo que nos comunica.
No es necesario que se mueran 200 personas ni que secuestren
a toda una generación para darnos cuenta de que la cosa no funciona. Si hasta el pequeño recinto de comments de este blog
demuestra que la estupidez es el manager más solicitado.
Si alguien dice algo, se escarba en la historia de ese alguien
para ver cómo desacreditar lo que dice. Muchos terminan peleando con su propio grito. En Buenos Aires hay milllones de personas
que mueren hacinadas en los hospitales sin los elementos mínimos indispensables. Yo lo sé. Para mí no hay diferencia entre
doscientos y uno. No hay diferencia entre jóvenes y viejos. Cada uno tendría que vivir lo que le toca y morir dignamente.
Un
joven se pone en pareja a los quince años, se reproduce y lleva a su bebé a un concierto de rock en un lugar inflamable. Para
muchos, la única utopía es que su equipo de cabecera dé la vuelta olímpica.
Sin trabajo, sin estudio, sin comida y
sin vivienda digna, una de las cosas que se pueden hacer es prender una bengala y arrasar con todo. Cuando sólo queda funcionando
el animal, éste es capaz de hundir a su mejor amigo con tal de no ahogarse. Formamos una sociedad que privilegia la exposición
y que te remarca que lo que no sale en los medios no existe.
Ahí está Ibarra, atajándole penales a Pergolini en la
tele. O el misterioso Solari largándole los perros al que se acerque sin estar acreditado. Nadie se toma el trabajo de producir
espíritu en los demás. La glándula del terror que nos injertaron es la del fascismo. Y parece que funciona bien.
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