Ahora dicen
que un tal Fabián Casas va a presentar un libro no con sus poemas ni sus críticas que alguna vez publicara en el Diario de
Poesía, sino con lo que alguna vez escribió en la revista El Guardián, propiedad de Raúl Moneta (Barcelona, de Hugo Sigman,
tiene un link en Lunes Felices, donde se puede leer completamente la nota; lo recomiendo para entender mejor lo que viene).
Unos
días antes de que saliera este recuadro, alguien de Barcelona me avisó "que iba a salir algo con muy mala leche". En esa revista
trabaja Daniel Riera, un periodista que admiro y quiero por múltiples razones que exceden estas breves líneas y al cual llamé
en su momento para contarle lo que me habían dicho. Me dijo que no me preocupara (lo que me preocupaba era que alguien que
respeto tuviera mala leche conmigo) y que era un chiste más de la revista.
Lo que salió en la revista finalmente me
puso, como mínimo, de mal humor. A mi juicio, el breve recuadro tenía algunos errores notables: primero, no era gracioso (de
última, una tapa de El Guardián verdugueándome por mis poemas hubiese estado buena), ya que la única intención de la nota
era mostrarles a algunos hipotéticos lectores (supongo que diez o quince personas que alguna vez hayan leído algo mío) que
yo trabajé para Mefistófeles.
En la correspondencia que sostuve con Riera a posteriori (se consigue en Internet bajo
el título "Fabián Casas vs. la Progresía Federal"), él me decía que sólo habían intentado hacer una broma sobre como, a veces,
?un buen tipo que respetamos tiene que trabajar en un lugar de mierda?.
Segundo: yo nunca escribí ninguna nota en El
Guardián. Pero sí hoy soy el Jefe de Redacción de El Federal, propiedad, entre otros, de Raúl Moneta. Bueno, todo esto es
maya. Lo que me parece importante es reflexionar sobre la condición de la gente que trabaja en los medios. Creo que todo este
ruido (Lunes Felices, Barcelona) está sucediendo en una cabeza de alfiler mientras los poderosos toman decisiones que sí afectan
nuestras vidas día a día.
Por eso, en algún momento en este blog se habló de la micropolítica. Lo voy a explicar con
un ejemplo concreto para que no parezca algo abstracto. A los 30 años entré a trabajar en el diario Clarín. En uno de esos
primeros días se me acercó, en la puerta del diario, un joven que me dio unos volantes gremiales sobre las malas condiciones
de trabajo que imperaban en ese lugar. Esa persona que yo no conocía, se me dijo, no era una buena companía para alguien que
empezaba en el gran diario argentino, ya que había tenido un conflicto con la empresa que terminó con su despido.
Años
después, mientras trabajaba en El Gráfico de Carlos Avila, me encontré de nuevo con el joven de los panfletos: se llama Pablo
Llonto y cambió mi vida para siempre. Los dos, en esta oportunidad, éramos Jefe de Edición. Llonto venía de ser despedido
de La Razón, de los Spadone, porque había reclamado que pusieran un consultorio médico después de la muerte de un periodista
que no pudo ser atendido rápidamente al sufrir un infarto.
Lo que Llonto me enseñó es que trabajamos en el infierno
?yo a veces pienso que la condición humana es un infierno-, pero que podemos hacer cosas concretas para que ese lugar se vuelva
un poco más digno. También aprendí que los oprimidos y los opresores a veces están construidos con el mismo barro.
Los
medios se construyen sólo para acumular poder. Es una guerra vacía cuyo único pathos es la imposición de la voluntad de unos
pocos por sobre la de la mayoría. La matrix trabajando con millares de personas dormidas. Y lo más curioso es ver cómo estos
esquemas de poder que instalan los grandes medios se repiten en lugares que, supuestamente, estarían en contra de ellos.
La
mayoría de los contestarios de las revistas de poco tiraje y los blogs, rebeldes de Villa Gesell, no quieren cambiar las cosas,
quieren estar en ese lugar. Estudiamos periodismo en lugares que crearon a los pasantes, conejitos mal pagos para ser explotados
en las redacciones de los grandes diarios. Durante mi estadía en Olé ?un diario hecho en su gran mayoría por pasantes- me
atormentó la forma en que se los explotaba por poca plata.
Yo formé parte de la máquina Olé y soy responsable de eso.
Pero también traté de defenderlos con los medios que estaban a mi alcance. Cuando voy a escribir una nota contra alguien,
la firmo con mi nombre y apellido. Cuando me obligaron a echar gente, renuncié a mi puesto de trabajo. Estoy seguro de que
no hubiera hecho todas estas cosas si no hubiera conocido a Pablo Llonto, un hombre que acumula poder personal en el mejor
sentido, por que es un Guerrero impecable. Cualidad que sin duda yo no tengo.
En el final de La ciudades invisibles,
de Italo Calvino, Marco Polo le dice al Gran Kan: ?El infierno de los vivos no es algo por venir; hay uno, el que ya está
aquí, el que habitamos todos los días, el que formamos estando juntos. Hay dos maneras de no sufrirlo. La primera es fácil
para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de dejar de verlo. La segunda es arriesgada y exige
atención y aprendizajes continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno. Y hacer que
dure y darle espacio?.
Big zoabra para todos.
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