Viernes-Sábado.
Madrugada. Después de ir a la casa de Mónica y César a cenar, me encuentro con Pol Strozza para ver la película de
los Reynols. Ya en el Abasto (lugar que detesto para ver películas), me entero de que hay ahí un festival de cine independiente
y de que este documental forma parte de la programación. A Reynols lo tenía por notas en los diarios o por cosas que me había
contado Pablo Schanton (quien en la película la rompe). The movie me resultó muy entretenida. Es un documental austero y preciso,
con buena data de archivo (las joyas de Reynols en estudio con el doctor Socolinsky o con Lía Salgado) y las intervenciones
del increíble Jazzy Mel, diciendo que “Reynols es la verdad y el camino”. Me llamó la atención la forma spinetteana
de hablar de Eduardo Martí y la objeción que sobrevuela buena parte del documental sobre si los demás Reynols se están aprovechando
de Tomasín, cuando, en realidad, queda claro que Tomasín se está aprovechando de todo el mundo. Esta película me trajo a la
memoria un largometraje francés que se llama “El octavo día”. Ahí también trabaja un chico down junto a Daniel
Auteuil. Cuando al chico lo premiaron por su actuación con un César, se armó una polémica porque muchos críticos decían que
el muchacho no actuaba de mogólico, sino que era mogólico. Con sólo ver la película uno se da cuenta de que ese pibe es mogólico
y que además está actuando muy bien. Por otro lado, creo que los Reynols son una banda que ocupa un lugar puramente conceptual.
Cumplen el cometido de señalar un límite y de producir preguntas en quien los escucha: ¿Qué es esto? ¿Esto es música? ¿Me
están gastando? ¿Tengo el coraje de darles la derecha? Preguntas todas que, a lo largo de la historia de las vanguardias,
siempre alguien se hizo sobre otros artistas. Y también Tomasín, no hay duda, fascina como le fascinaban los freaks a Dianne
Arbus.
Domingo a la tarde. 18:30. Otra vez en el bendito festival, mirando ahora Los Muertos,
de Lisandro Alonso. Ya había visto La Libertad, que me había gustado mucho. La película no me produjo la conmoción de la primera.
Es muy parecida. Lo que sí comprendí mirando el cine de Alonso es que los árboles no se mueven. De la película, me quedo con
una escena que me impactó. Cuando el protagonista mata de verdad a una cabra que habían puesto a la orilla del río para eso,
para que la maten. La primera certeza que tuve viendo esa escena (¿era necesario matar a alguien para filmar?) es que el ser
humano es el ser más depredador e imbécil del planeta. Y esto disparó un pensamiento fractal, casi como descubrir la pólvora:
el humanismo es la filosofía de la raza que domina el planeta. Según la ilusión del humanismo, una cucaracha y un hombre no
valen lo mismo. Pero este pensamiento, no bien uno lo pone entre paréntesis, hace agua por todos lados. Lo cierto es que el
oprimido y el opresor están construidos con el mismo barro. Siempre hay un grupo dominante que considera que puede hacer lo
que quiera con la vida de otros (Lisandro Alonso con la cabra, la dictadura militar con los “subversivos”, etc).
Cuando terminó la proyección, Alonso contó que hubo escenas que el protagonista se negó a filmar (por ejemplo, bañarse desnudo
frente a la cámara) y que por eso tuvo que cambiar el guión. Como la cabra no habla, is dead. En tiempos antiguos se pensaba
que uno no tenía que negarse a matar a un animal para comer, ya que el animal se “ofrecía” para eso. Y era un
honor. Castaneda tiene todo un capítulo de viaje a Ixtlán sobre este tema. A mí me impactó vernos tan burgueses, comiendo
pochoclos con el aire acondicionado del Hoyts y que el saldo de eso sea, entre otras cosas, una cabra tamuer por amor al arte…
Domingo
a la noche. Madrugada. Cena con Lingenti, Mariano del Aguila y Pol Strozza. Discusión sobre Blumberg. Yo creo que
hay que bajar un cambio con las críticas duras a este hombre. Creo que no tenemos por qué justificar lo que dice (muchas cosas
son sencillamente demenciales), pero sí podemos tratar de comprender por qué las dice. Blumberg es un emergente de lo peor
de este país: la clase media. Pero no hay que olvidar que Blumberg fue creado (así como los ladrones que mataron al padre
de Bruno Díaz crearon a Batman) por unos asesinos. Criminales que responden a resortes del poder (iba a escribir resortes
oscuros pero me pareció una tautología). Y Blumberg puede moverse como pez en el agua en un país que está en quiebra. Un país
donde es común que mueran chicos por hambre (y no hay ninguna marcha), un país sin leyes o con leyes con privilegios y donde
la mayoría de los asesinos de la dictadura caminan por la calle. Entonces la única que te queda es el escrache (algo horrible
y violento tanto para el escrachado como el escrachante). Por otra parte, la baja de imputabilidad hasta los 14 años ya la
aplicó el Proceso de Reorganización Nacional en la noche de los lápices.
Intentar
sentir el dolor de los demás es una tarea casi imposible. Pero habría que practicarla más a menudo. No salir a marchar porque
me puede pasar a mí, si no salir porque quiero oponerme a algo que está mal. La verdad, salvo contadas excepciones, para mí
la raza humana se va al descenso sin escalas…
Lingenti cenó milanesa a la napolitana, Strozza tortilla a la española
y Mariano del Aguila pollo al horno. Yo piqué de todo un poco. Después, con Lingenti, en consonancia con el tema de la seguridad,
comimos un postre vigilante.
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