Porque una noche, en New York, miré por televisión una propaganda donde se veía un castillo fantasmal, con un rayo cayéndole
de fondo. Cuando la cámara subjetiva cruzaba el foso del castillo y se abría el inmenso portón, se veía una sala de freaks
post orgía en torno a un bigotudo sentado en el trono de un rey. Uno de los que estaban por el piso, balbuceando, le decía
"Frank, decinos qué fue lo que tomaste cuando compusiste Ratas Calientes". Y Frank, mirando a la cámara, con su voz gruesa,
decía "era sólo un poco de cerveza". Acto seguido, en la pantalla se sobreimprimía un "Not drugs".
Porque cuando salieron
los CD, los dos primeros que me compré fueron Abbey Road y Joe´s Garage.
Porque cuando me agarró El Horla y me dio
un pesto bárbaro, la música de Zappa metabolizaba mi taquicardia y me daba alegría a pesar de que yo estaba definiendo a penales
con Caronte y cada vez que me tocaba patear a mí lo hacía al medio y despacio.
Porque soy un prejuicioso y siempre
me resulta sospechosa la gente a la que no le gusta Zappa.
Porque Zappa entendió mejor que nadie que el horror, a determinado
nivel de ebullición, se convierte en risa. Y también en música.
Porque Zappa creció en un desierto. Y cuando cumplió
17 años y su madre le preguntó qué quería de regalo, le dijo que sólo unas monedas para poder llamar a Edgar Varese y decirle
que era un genio.
Porque Zappa marcó un límite dentro de la música y destrozó las categorías de los críticos. Hizo
su trabajo y, a su manera, fue invisible.
Porque ahora su cerebro se encierra en una melodía inexplicable. Así que,
don´t eat the yellow snow. Y nos ponemos de pie.
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