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Ensayos Bonsai

 
 
 
I
 

Hace unos días se me rompió un zapato y salí a recorrer mi barrio buscando un zapatero. A pesar de que hace ya mucho tiempo que vivo en la zona, no había reparado en un local muy pequeño que estaba entre una casa antigua y los fondos de un supermercado coreano. Cuando entré, el lugar me conmocionó. Unos tubos blancos y largos sobre el techo daban una luz cálida. El ambiente era confortable, con zapatos de varios colores sobre las estanterías y olor a cuero en el aire. Una estufa pequeña calentaba el lugar. El zapatero - un hombre moreno de pocas palabras- me hizo un presupuesto por el arreglo. Y me dijo que ya hacía diez años que tenía ese local. Es decir que hasta que no lo necesité, no apareció. Sin embargo, desde hace tiempo y en silencio, este hombre hace simplemente su trabajo. Ser invisible, entonces, es una meta.

II
 

Sobre la avenida Córdoba, cerca de mi casa, hay un pequeño mercadito. Este lugar es, para mí, un monumento a la memoria viva de mi estupidez. Porque ahí, antes de la debacle del diciembre delarruista, estaba una de las múltiples sucursales del Banco Francés. Donde me daban tasas altísimas por los depósitos y yo me ponía contento. Y se sabe que un Sebregondi contento es un Sebregondi con-tento. Los que no se levantan cada mañana pensando en conquistar el mundo o mirando la planilla del rating, cuando chocan con el imperio pirata-económico salen hechos mierda. Hoy, cuando veo el mercadito, pienso que no quiero ahorrar nada para la vejez, que no quiero que nadie me descuente nada para el futuro y que estoy podrido de los mensajes autoritarios de la publicidad (uno top es la propaganda de seguros de vida del imbécil de Andino). Y recomiendo para esa época que inevitablemente viene cuando empezamos a comer papilla y usar pañales again, la única prevención de tener ya comprado un buen revólver y pegarse un tiro. También aconsejo no cometer la estupidez de reproducirse. Basta con mirar el subte en la hora pico para saber que ya somos demasiados, ¿no?

III
 

Un piloto es alguien que disfruta del espacio insonorizado.

A grandes alturas, no le falta el aire, porque prefiere ser respirado antes que respirar.

Un piloto es serio, porque sabe que mucha gente depende de él.
Pero, paradójicamente, jamás se toma en serio. Como, por ejemplo, en "¿Y, dónde está el piloto?" .
Un buen piloto no deja pasar el agua. Si el piloto deja pasar el agua se convierte en un-piloto-para-la muerte.

Giacometti tenía un buen piloto. En una foto que le sacaron mientras cruzaba la calle, se tapa con él la cabeza y se vuelve invisible.

Un piloto sabe cuándo le llegó la hora. Y con tranquilidad, entra en la feria americana.

Un piloto debe estar siempre encendido. 

IV

 

Por la mañana, una actividad metafísica. Fui al hospital donde murió mi tía hace dos semanas a buscar el marcapasos que le extrajeron el día que palmó. Me lo dieron en una bolsa de plástico, con las especificaciones técnicas. Modelo alemán, número de matrícula, etcétera. Ya en el colectivo, abrí el portafolios y miré cómo ese pequeño aparato se acomodaba a los tumbos entre mis libretas, el estuche de lentes y otros objetos. Cuando vivías, este aparatito producía un pequeño golpe eléctrico que hacía que tu corazón, cuando cabeceaba para dormirse, se despertara. A determinado nivel de ebullición, el horror se convierte en risa. Así que me río.

V
 

I want real people.

VI La Media Hora de Elvis Presley

Tendría doce o trece años cuando me senté con mi familia para ver un recital de Elvis Presley. Era de noche. Lo transmitían en directo desde Las Vegas. A mi mamá le encantaba Presley. Así que ahí estábamos, sentados en los sillones o despatarrados sobre la cama matrimonial. El cuarto de mis viejos y, adentro, nosotros: mis hermanos, mi mamá, alguna tía rezagada. El famoso Presley era un gordo enfundado en un traje de torero. Lento se movía en blanco y negro. Mi vieja tarareaba las canciones. Hasta que se cortó la luz. Hubo un corte grande aquella vez, casi media ciudad. ¿Se acuerdan? Cuando volvió la luz, el concierto había terminado. Mamá se fastidió y me preparó una palangana para que me lavara los pies. Al otro día, los chicos del barrio hablaban de La Media Hora de Elvis Presley. Eso recuerdo, eso me encantó... Que alguien determinara que lo que sucedió aquella noche fuera La Media Hora de Elvis Presley.
El lenguaje tiene que haber surgido así.

VII
 

Cuando era chico me iniciaron en la fábula de Jesús. Desde entonces, cuando veo una película o leo un relato, noto que me emocionan particularmente las escenas de conversión. Jesús, un tipo que se fue al desierto durante cuarenta días y trajo de ahí un slogan imbatible: ?Los que crean en mí, no morirán?. Cuando veo la película de Zeffirelli sobre Cristo y veo a Powell entrando en la sinagoga para leer el libro sagrado y decir que las escrituras se han cumplido, que él es el Elegido (y frente a esto recibir el abucheo de toda la sinagoga como si fuera un árbitro escapándose de los hinchas), no puedo evitarlo: lloro a raudales. Y me pasa lo mismo cuando, bajo la ducha de la cárcel y con su pelo todavía rojo, Denzel Washington se convierte en Malcom X porque lo convence el rap de un pelado letal que dice que hay que cambiar la vida. O cuando los de La Pandilla Salvaje salen del prostíbulo y van rumbo a la muerte por defender a uno de ellos. O con Lucke Skywalker diciéndole a Darth Vader: ?Padre, siento el conflicto dentro de ti?. O cuando Paul Newman ?en La leyenda del indomable- se hace el logi sumiso para después escapar de la prisión demencial. O con el Che, recién desembarcado en suelo cubano, bajo las balas de Batista, eligiendo si agarra el fusil o la mochila con los medicamentos . O como este último domingo, en Fútbol de Primera, cuando percibí que el Pocho Insúa estaba teniendo un conversión en plena cancha. E iba a dejar se ser el pecho frío talentoso al que le falta siempre un centavo para el peso, para convertirse en el Jefe de Máquinas del Infierno y arrasar a Boca.

VIII

 

El Papa, el Sumo Pontífice, -Karol Wojtyla en sus años mozos-, era el gerente de contenidos de la Iglesia Católica. No se le puede pedir al Papa que luche contra el hambre del mundo. Como se vio, mas allá de las enfermedades, él era un hombre robusto, bien alimentado, como esos canarios castrados que habitan las jaulas de las tías solteronas. Es necio pedirle que apoye el aborto y los anticonceptivos y los preservativos: el Papa tienen un público cautivo numeroso y necesita renovarlo periódicamente. Todavía no sé por qué se insiste en compararlo con Cristo -sea quien haya sido el Nazareno- parecía un hombre despojado y espiritual que pasó 40 días en el desierto y volvió con un slogan demoledor: "El que crea en mí, no morirá". La Iglesia, el gobierno, los canales de televisón, la policía, todos, imponen el miedo como política de coacción. Dejo unos versos del libro "La obsesión del espacio", de Ricardo Zelarayán: "El Papa/ Sí, el Papa/ en realidad es una batata".