Me pregunto
Definitivamente
este es mi rostro de hoy. Ojeras marcadas, pelo desparejo; los labios hinchados. Nada más. Me pregunto, porque
puedo hacerlo, cómo será tu rostro de hoy; mientras tu corazón late al revés, hace ya cuatro años bajo la
tierra.
Sin llaves y a oscuras
Era uno de esos días en
que todo sale bien. Había limpiado la casa y escrito dos o tres poemas que me gustaban. No pedía más. Entonces
salí al pasillo para tirar la basura y detrás de mí, por una correntada, la puerta se cerró. Quedé sin llaves
y a oscuras sintiendo las voces de mis vecinos a través de sus puertas. Es transitorio, me dije; pero así
también podría ser la muerte: un pasillo oscuro, una puerta cerrada con la llave adentro la basura en la mano.
Una
oportunidad
Caminás con las manos en los bolsillos, por la rambla, rodeando el mar. Te acordás de otro
tiempo, aquí mismo, estabas enfermo de la cabeza y no podías sostenerte de pie, con elegancia. Sin embargo, pudiste
salir. Hubo una oportunidad en aquella época. Ahora mirás el mar, pero no decís nada. Ya se han dicho muchas cosas
sobre ese montón de agua.
Me
detengo frente a la barrera
Me detengo frente a la barrera. Es una noche clara y la luna se refleja en
los rieles. Apago las luces del auto. Está bien, pienso, es bueno que nos demos un tiempo. Pero no comprendo nuestra
relación; no sirvo para eso. ¿Acaso serviría de algo? Tu padre está enfermo y mi madre está muerta; pero igual
podría ir y tirarme encima tuyo como todas estas noches. Eso es lo que sé. Ahora la tierra vibra y un tren oscuro
lleva gente desconocida como nosotros.
Alarma
Durante la noche suena la alarma de una fábrica cercana a mi casa. Mientras fumo, me pregunto
si será un error, un robo o algo exclusivo.
Poema
social
Aprovechando el sol en este invierno crudo, los obreros de la fábrica, en su hora de descanso, formaron
una hilera de cascos amarillos en la vereda de enfrente. Si no fuera por el rubio, que se rasca la cabeza, parecerían
una fila de lápices del mismo color.
A mitad
de la noche
Me levanto a mitad de la noche con mucha sed. Mi viejo duerme, mis hermanos duermen. Estoy
desnudo en el medio del patio y tengo la sensación de que las cosas no me reconocen. Parece que detrás de mí nada
hubiese concluido. Pero estoy otra vez en el lugar donde nací. El viaje del Salmón en una época dura. Pienso
esto y abro la heladera: un poco de luz desde las cosas que se mantienen frías.
El
moscardón
Un pequeño kamikaze golpea la ventana tratando de entrar. Posiblemente el frío matinal lo
despertó de la juerga calurosa de la noche -nosotros mismos tuvimos que cerrar las ventanas y correr a taparnos
por el temporal- y ahora (un poco más punk que el albatros de Baudelaire) renuncia, aturdido, a su inasible
elegancia.
Improvisados
Estamos abrazados en una cama improvisada en el piso. Tus ojos están cerrados; pero no sé si dormís. Este
es tu cuarto de soltera, un lugar agradable, neutral. Por la ventana suben los ruidos de un día que empieza a
moverse. La ropa permanece arrugada, a un costado ignorando la farsa de dar y recibir.
Una
oscuridad esencial
Hay una oscuridad esencial en esta calle. Un único farol ilumina el contorno y árboles
domesticados, altísimos, producen una música de acuerdo al viento. Miro a mi perro, una conciencia a ras del piso
que hurga y mea en la tierra y pienso en mí, hundido en el lenguaje, sin oportunidad, sosteniendo una correa
que denota lo que fue necesario para estar unidos.
Después
de largo viaje
Me siento en
el balcón a mirar la noche. Mi madre me decía que no valía la pena estar abatido. Movete, hacé algo, me gritaba.
Pero yo nunca fui muy dotado para ser feliz. Mi madre y yo éramos diferentes y jamás llegamos a comprendernos.
Sin embargo, hay algo que quisiera contar: a veces, cuando la extraño mucho, abro el ropero donde están sus vestidos
y como si llegara a un lugar después de largo viaje me meto adentro. Parece absurdo: pero a oscuras y con
ese olor tengo la certeza de que nada nos separa.
Bruno
Las plantas reverdecen
soportando la violencia del verano. Tomás la regadera, el torso al desnudo en el sol; tus ojos que se fijan en
un cielo límpido y el viaje que termina.
Todo está como lo dejaste: el barco en una mañana brumosa, un
hotel frío instalado en otro idioma y esta casa, donde posaste el radio de tu imaginación, y crecí en él.

Ahora mirás el mar, pero no
decís nada. Ya se han dicho muchas cosas sobre ese montón de agua.
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Pero estoy otra vez en el lugar donde nací. El viaje del Salmón en una época dura.
Un plástico
transparente
Abrí la puerta
y te estabas bañando. Los vidrios empañados, el ruido del agua detrás de las cortinas, las cosas esenciales instaladas
fuera de la razón. Me llamaste, acercaste la cara y nos besamos a través del plástico transparente: fue un
instante. Las parejas y las revistas literarias duran casi siempre dos números. Sin embargo, de a poco, le
fuimos ganado terreno al río: días interminables en los que el caos tomaba tu forma para envolverme mejor.
Paisaje
En las noches
de calor alguien invisible parece cortarse las uñas bajo el cono de luz.
El tac-tac insistente de
los bichitos verdes que al merodear la lámpara golpean el armazón del velador.
Comics
Durante mi luna
de miel con la droga Caronte me llevaba de paseo en un taxi fino y rojo. Yo nunca bajaba las ventanas ni
permitía que me pidieran dinero en los semáforos. Después, todo pasó. De ese tiempo me queda un beso frío
en el hígado y cierta arqueología en la paranoia.
Hacia
afuera
Pienso en toda
la gente que a esta hora mira televisión. Una lluvia finísima cae en la calle y emerge desde el suelo un
silencio precario. De la ventana hacia afuera los límites de mi lenguaje crearon un mundo que ya no me interesa.
El pavimento mojado refleja las luces de los autos: rojos, verdes y amarillos moviéndose.
No
estoy en bata comiendo naranjas al sol
Por la mañana
miro mi cara en el espejo del baño. Hasta hace un rato, resucitada, mi madre atravesaba un campo con
su bata roja. Pero ahora estoy despierto: finalmente, todo es natural. Abro la canilla y me inclino para lavarme.
Siento el ruido del agua contra el vientre de la pileta -pelos muertos en el mármol blanco-.
La partitura
Puestos con ropas,
golosinas, cámaras fotográficas, zapatos baratos, anteojos de sol, etc. Y más: personas esperando colectivos que
parten hacia lugares determinados; trenes repletos que fuera de horario ya no pueden representar el progreso. El
cielo, cubierto de humo, vale menos que la tierra. Es definitivo, acá la naturaleza bajó los brazos o está
firmemente domesticada en los canteros.
El
calor
A través de la
ventana una luz blanca, intensa, se posa sobre la mesa de madera. Leo a Robert Lowell en inglés y comparo
las versiones de Girri. De a ratos, levanto la vista hacia los edificios grises con ropas colgadas en sus balcones
y ventanas a medio abrir -como una cigarra en el calor el torno de una obra y la letanía de los martillazos
que se expanden en la inmovilidad del verano-. De Lowell, nada quiero decir; pero de Girri... ¡ah Caronte,
tardarás en comprender al pasajero que te llevas!
Música
Mi tía concilia
el sueño a los ochenta años escuchando viejas canciones en su radio portátil. En su pieza, en lo oscuro, el éter
se ha transformado en algo vital. Supongo que estas cosas pasan y me pasarán también a mí. Sobre el final de la
vida la única música que existe está fuera de nosotros.
Una
canción que no recordás
Acelerás despacio,
el aire en la cara te reconforta. A tu derecha, una heladera de coca cola ilumina la estación de servicio. Un
colectivo, amarillo, cruza lentamente la calle. En la radio, los Beatles cantan una canción que no recordás; una
cucaracha flotaba en el café cuando vaciaste la cafetera. Doblás y tomás por una calle oscura, el empedrado te
sacude un poco y el ruido liso que te acompañaba es ahora un leve repiqueteo. ¿Qué es lo que hace que una
vida funcione y avance? Alguien, unos metros delante tuyo, hace señas para que te detengas.
Mientras
me lavo la cara
Darío, parado,
grita y gesticula. Bajo una frazada marrón Daniel se ríe y habla de sus novias. Están borrachos y los que gritan
en la cocina, como diputados, también. Mi vieja, resucitada, golpea las ventanas, pidiendo entrar.
Al
amanecer, bajo una claridad despiadada; cigarrillos, libros desperdigados, platos con comida. Camino, despacio,
hasta el baño; sé que la desgracia está sobre nosotros, no ahora, tampoco el año próximo, todavía somos jóvenes,
pero eso se pierde enseguida. No tenemos nada, pienso, mientras me lavo la cara, ni un oficio, ni una herencia,
ni una casa de sólida piedra.
Desierto
Manejé durante
la noche hasta agotar la nafta. Apagué las luces del auto, cerré las puertas y caminé sin rumbo fuera
de la ciudad. Pasé cuarenta días en el desierto tentado por el diablo. Volví, no me siento ni bien ni
mal y esto debe tomarse al pie de la letra.
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